El viernes 15 de febrero hemos celebrado el II Encuentro de novios y matrimonios. En la predicación en el Oratorio, D. Juan, comentó los textos de la Misa de ese día. En primer lugar, el relato del Génesis (Gn 3,1-8), sobre la tentación y caída de nuestros primeros padres, seducidos por el demonio en forma de serpiente. El tentador miente exagerando el precepto que Dios les había puesto a Adán y Eva. También exagerará Eva ese mismo precepto, como para justificarse y tomar del fruto del árbol prohibido.

El precepto puesto por Dios es un modo de hacer ver a Adán y Eva que ellos no son Dios, y deben reconocer, libremente, al Dios Creador que les ha dado la vida y gozar de su amistad. La tentación del demonio, pretendiendo engañar a Adán y Eva, consiste en presentar a Dios como un obstáculo a la libertad, Ceden al engaño y por tanto quieren ser como Dios, sin serlo. Enseguida advertirán las consecuencias de su pecado: no se les abrirán los ojos ni conocerán el bien y el mal, sino todo lo contrario: caen en la confusión, no distinguen el bien y el mal y les faltan las fuerzas necesarias para seguir el bien; sienten vergüenza de estar desnudos y empiezan a temer a Dios, escondiéndose. Se hacen como sordos y mudos ante la voz de Dios.

Es lo que nos pasa a nosotros, cuando cedemos a la tentación y ofendemos a Dios. Entonces -como en el relato del Evangelio (Mc 7, 31- 37), necesitamos un amigo o amiga que nos lleve al Señor para que nos devuelva el oído y la voz y podemos hablar de nuevo. Así estaremos en condiciones de oír al Señor y de hablar con El: en la oración, en la meditación de su palabra, en la confesión…

De esta manera tendremos la alegría de la que trató la charla de José María y Esther, la alegría de los hijos de Dios, para formar “hogares luminosos y alegres”, como decía San Josemaría que debían ser todos los hogares cristianos. Una alegría que no depende de los acontecimientos
externos, sino que surge de saber que Dios nos ama, como hijos suyos que somos, y esa alegría afecta a todos los ámbitos de nuestra vida, y es compatible con las dificultades, con el dolor o la enfermedad: una alegría que podemos tener siempre, mientras no nos alejemos de Dios, mientras no haya un obstáculo entre El y nosotros. Naturalmente, se han cuidar tantos detalles humanos que nos alegran, pero mejor si los afianzamos en el trato con Dios, para vivirlos con más constancia y generosidad, y para que sean una manifestación del amor a Dios que nos lleva a buscar la alegría y felicidad de los demás.

Es el ejemplo de la vida de los santos, como Guadalupe Ortiz de Landázuri, cuyos restos veneramos en nuestro Oratorio, que será beatificada el próximo 18 de mayo: tenía una gran alegría, en todos los momentos de su vida, también en el dolor y en la enfermedad del corazón de la que moriría, porque se sabía mirada y amada por Dios.

Hubo un coloquio muy vivo e interesante, en el que fueron interviniendo los asistentes: Juan, Julio, Paloma, Ángela, Jesús, Loli, Luis, Ana, Miguel Angel, etc.

El próximo Encuentro será, Dios mediante, el 15 de marzo a las 19,30 h.

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