Biografía
La LeyendaLA LEYENDA
Lo que se ha dicho hasta aquí sobre su vida –y otros datos que pueden consultarse en las biografías- no se compagina con los supuestos amoríos que algunos le atribuyen; eso es algo que pertenece a la leyenda, al mito, no a la realidad histórica.
El epitafio que está en su tumba, en el Oratorio del Caballero de Gracia -“Noble por la sangre, ejemplar por las virtudes, admirable por la vida y ajustado por la muerte”- tampoco cuadra mucho con los amoríos que le atribuyen, aunque la leyenda diga que se convierte después de su mala vida.
Lo que cuenta Antonio Capmani y Montpalau en 1863, a propósito de dos libros suyos publicados en esas fechas , dos siglos y medio después de la muerte del Caballero, y retomado posteriormente por Luis Mariano de Larra en 1871 , no tiene fundamento real. Campmani no cita ni una sola vez la biografía del Caballero escrita por Remón, donde se recogen de primera mano los datos más fidedignos sobre su vida. Presentan al Caballero como un Tenorio, y eso difunde la zarzuela de Chueca en 1886. Pedro de Répide (+1948) en su callejero de Madrid se limita a recoger lo mismo que los anteriores.
El personaje que describe Campmani en tono novelesco es “un joven enfermizo, enamoradizo, sin voluntad propia” que “corre por las calles, pelea con la espada y banquetea”, que parece como “un perro faldero” de Simón de Rojas, supuestamente su director espiritual, que “a duras penas puede contener aquel torrente de juventud, belleza y potencia sexual enfermiza”.
La leyenda “le va bien (al Caballero) por su carrera diplomática, por su galantería, por sus amistades femeninas, que fueron muchas y de alta y baja alcurnia, por su modo de ser cortesano, buen conversador, por su amor a la buena música y a lo festivo… Por todo ello le cae bien. Pero no hay ningún dato que avale la realidad histórica” de esa supuesta vida donjuanesca.
La realidad por el contrario, como se dijo antes, es que “Jacobo Gratii nunca fue joven en Madrid. Cuando llegó por primera vez, como Secretario del Nuncio, iba a cumplir 49 años; difícilmente con esa edad pueden acometerse aventuras tan numerosas. Por otra parte, el Secretario de la Nunciatura de un futuro cardenal y además amigo de reyes, hubiera sido puesto en la frontera, de inmediato. Cuando volvió a España solo, con más libertad de acción individual, rondaba los 60, edad poco apropiada para perseguir sombras, desjarretar toros y organizar francachelas. El personaje histórico era viejo y sano; lo contrario del bello joven enfermizo que Campmani y Montpalau se inventó. ¿Cómo siendo tan enfermizo y desordenado pudo llegar a los 102 años?” .
Otro aspecto del mito es el supuesto director espiritual. El Caballero de Gracia, según afirmaciones de Remón, “jamás se sabe que saliese de su casa si no fue a las fundaciones que hizo de conventos y hospitales; a visitar a Nuestra Señora de Atocha de quien era muy devoto o a remediar alguna necesidad espiritual y corporal” , o para confesar con el dominico fray Domingo de Aza: “a él dedica, como su director espiritual, varias páginas del largo sexto testamento (ib pp. 281-284, hojas del original 12-18)” .
Simón de Rojas era 35 años más joven que Jacobo Gratii, y llega a Madrid a comienzos del reinado de Felipe III; actúa como consejero y confesor real. Se traslada a Valladolid con la Corte y regresa al volver a Madrid la capital. “Probablemente no entra en contacto con el Caballero de Gracia antes de 1606 (…). En la hipótesis más optimista, los dos personajes se conocerían cuando Jacobo contaba no menos de 83 años, y el beato Rojas 58. En una hipótesis más ajustada a la realidad se conocerían después de la vuelta de Valladolid, con 89 años el uno y 64 el otro”. Y concluye el biógrafo: “no caben las correrías eróticas, ni por la edad, ni por el tiempo, ni por las fuerzas. Jacobo ya llevaba de sacerdote, cuando se encuentra con Rojas, alrededor de 15 años. Y (hasta) la leyenda dice que fue un ejemplar sacerdote” .
Sin embargo el mito, adornado con narraciones románticas, es el producto de un rumor que pervivió y recorrió las calles del viejo Madrid. Con frecuencia los mitos o leyendas parten de un hecho histórico, que luego se deforma y amplifica y tergiversa la realidad. Lo importante es conocer ese posible hecho o “núcleo” histórico, aportando las pruebas de la realidad, y así el mito queda desmitificado y la leyenda desmentida y aclarada.
El Caballero no tuvo necesidad de “arrepentirse” de modo milagroso, como dicen los autores citados más arriba, aunque por supuesto la conversión o arrepentimiento es siempre algo deseable en todos –en lo grande y en lo pequeño-, lo que nos hace gratos ante los ojos de Dios misericordioso.
Contemporáneo de Larra tenemos a otro de los biógrafos del Caballero, García Rodrigo , que se apoya en lo escrito por Remón, y lo que nos dice de Jacobo tampoco tiene nada que ver con la fantasía de esos otros autores.
En la biografía inédita sobre el Caballero escrita por el que fue Rector del Oratorio, José María Muñoz se recogen diversos testimonios favorables sobre el Caballero de Gracia de personajes de esa época, en su mayor parte: Jerónimo de la Quintana (1570-1664), contemporáneo del Caballero, en “Historia de la antigüedad, nobleza y grandeza de Madrid” escribe que “el varón de noble alcurnia Jacobo de Gratiis, fundador de la Vble. Congregación de Indignos Esclavos del Santísimo Sacramento, fue hombre eminente en virtud y ciencia y murió a los 102 años en olor de santidad”. Mesonero Romanos (1803-1882) afirma que “la calle del Caballero de Gracia lleva este título del Caballero de la Orden de Cristo Jacome o Jacobo de Gratiis, virtuoso sacerdote, natural de Módena, que vino a España con el Nuncio de su Santidad…” .
El Caballero de Gracia murió con fama de santidad, como ya se ha dicho; el todo Madrid de la época asistió a sus funerales, y al poco tiempo su sucesor Simón de Rojas (que sería luego San Simón de Rojas) inició su Proceso de Beatificación. Su cuerpo se venera en el Oratorio que lleva su nombre, en Madrid, y muchas personas rezan ante él. Se puede caer, como se ha dicho, en la tentación de convertir en un Don Juan Tenorio a un personaje italiano, diplomático, culto, de buena posición, etc., pero en este caso el intento no pasa de ser una pura ficción literaria o musical, sin base histórica.