La asistencia a los Oficios del Triduo Sacro este año, 2025, ha sido muy numerosa los tres días; también el Domingo de Resurrección. El Oratorio se llenó, y había también algunas personas de pie, a pesar de haber ampliado los asientos con algunas sillas. El jueves y el viernes cantó el coro del Oratorio, dirigido por Francisco Barba, con Eva Guedes al órgano. En la Vigilia del Sábado y el domingo por la mañana intervino Esteban Ortega como organista, y el baritono John Heath.
Además, el Jueves tuvimos una Hora Santa después de los Oficios; el Viernes el Vía Crucis por la mañana a las 12 h, y el Sábado otra Hora Santa a la misma hora. Muchas personas vinieron a rezar ante el Monumento la tarde del Jueves y la mañana del Viernes. Durante todo este tiempo hubo confesiones.
El Viernes Santo presidió la celebración de la Pasión del Señor D. Gabriel de Castro, Vicario del Opus Dei en Madrid Oeste (hay otro Vicario para la zona Este de la ciudad, al otro lado de la Castellana). Los otros dos días, el Rector.
A continuación recogemos las homilías de estos tres días, con algunas fotografías.
HOMILIA DEL JUEVES SANTO 2025
Queridos hermanos, nos vamos con la imaginación al Cenáculo, en Tierra Santa, y nos disponemos a celebrar la Cena Pascual, la Nueva Pascua. La escena de la vidriera nos ayuda a situarnos en aquel momento.
«La víspera de la fiesta solemne de la Pascua, sabiendo Jesús que era llegada la hora de su tránsito de este mundo al Padre, como hubiera amado a los suyos que vivían en el mundo, los amó hasta el fin» (Jn 13,1). Y San Lucas nos dirá que el Señor deseaba «ardientemente « (Luc 22,15) celebrar esta Pascua con sus discípulos. Estos deben ser ahora nuestros sentimientos.
Lo que vamos a vivir nosotros en estos momentos no es como una representación de lo que allí sucedió, del Señor con sus discípulos: es mucho más. Es la misma Cena Pascual. Tras las palabras de la Consagración del sacerdote, el mismo Cuerpo de Cristo que recibieron los Apóstoles de manos de Nuestro Señor, es el que vais a recibir los que os acerquéis a comulgar. El sacerdote celebrante es el mismo Cristo y pronuncia las palabras de la consagración con el mismo poder consecratorio de Cristo.
Queridos hermanos, podríamos dedicar la vida entera a meditar el prodigio de amor de la Eucaristía, y no sería suficiente para hacernos cargo del amor de Dios que supone haber querido instituir este sacramento, y darle el poder de renovarlo -cada vez que se celebra la Misa- a sus sucesores, los sacerdotes. Es el deseo de permanecer con nosotros para siempre. Si los que le conocieron y trataron son unos privilegiados, nosotros también lo somos, porque aunque no le veamos con los ojos del cuerpo, con los ojos de la fe sabemos que Él está realmente aquí, con su Cuerpo y su Sangre, su Alma y su Divinidad. Y permanece por amor en todos los sagrarios del mundo.
Los Apóstoles, aquella noche, que era especial, porque el Señor les había dicho que era la última pascua que celebraría con ellos antes de padecer (Lc 22,15), no podían imaginar la diferencia radical con la hasta entonces pascua judía. Era de gran importancia, durante siglos, porque conmemoraba el momento solemne en que Dios liberó al pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto y lo configuró como pueblo (Ex 12, 1-14). Aunque no pudieran imaginar el contenido de lo que será la Nueva Pascua, sí habían oído, y no solo una vez, que el Señor les había dicho que El es el Pan de Vida, y que el que quiera tener vida eterna tiene que comer su cuerpo y beber su sangre. Palabras que no admitían interpretaciones alegóricas, sino la realidad. ¿Pero cómo podría ser, cómo comer su propio cuerpo…? Aún así, lo que no podrían imaginar era que ese alimento iban a poder tenerlo no una vez, sino siempre, todos los días de su vida, y todos los hombres hasta el final de los tiempos, porque el Señor les iba a dar el inmenso don del sacramento del Orden, directamente relacionado con el sacramento de la Eucaristía.
Ahora comprenderían bien el discurso del pan de vida que nos narra San Juan en el capítulo 6 de su Ev. ¡Inimaginable que Dios se haga hombre, sin dejar de ser Dios! Más inimaginable aún que se quede en un pedazo de pan y en un poco de vino. Y que ese milagro lo podamos realizar los hombres, con el poder que Dios da a los sacerdotes, que nacieron aquella noche del Jueves Santo, con el mandato que el Señor les dio: “Haced esto en memoria mía”.
Y tiene lugar así la primera Misa en el mundo. Si la pascua judía liberó de la esclavitud a los israelitas, la nueva Pascua nos libera del pecado, y nos alimenta con el alimento necesario para la vida eterna. Pero la celebración de la Ultima Cena se relaciona directamente con la muerte del Señor en la Cruz al día siguiente en el Calvario. En el Cenáculo se realiza sacramental e incruentamente -sin derramamiento de sangre-, lo que de modo cruento -con la muerte de Cristo, y la sangre y agua manando de su costado abierto- tiene lugar en la Cruz. De ahí proceden las gracias infinitas que Cristo nos gana muriendo por nosotros. Adoremos a Jesús sacramentado, que está esperándonos en todos los sagrarios de la tierra.
El amor a los demás como Cristo nos ha amado es el tercer aspecto fundamental de este jueves santo. Nuestro Señor no vino a ser servido sino a servir, y nos da ejemplo lavando los pies a sus discípulos. Es un modo de servir, pero servir por amor, y amarnos como El nos amó será la señal que nos distinga como discípulos suyos. Su modo máximo de servirnos y amarnos fue dar la vida por cada uno de nosotros: no hay amor más grande que el de dar la vida por los amigos (Jn 15,13). A nosotros no nos pedirá tanto el Señor, pero tenemos que esmerarnos en el trato con los demás si queremos aprender de Él. Comentando este «mandamiento nuevo» escribe San Josemaría: «Me pondría de rodillas, sin hacer comedia -me lo grita el corazón-, para pediros por amor de Dios que os queráis, que os ayudéis, que os deis la mano, que os sepáis perdonar. Por lo tanto, a rechazar la soberbia, a ser compasivos, a tener caridad, a prestaros mutuamente el auxilio de la oración y de la amistad sincera» (Forje, 454).
Como estamos en el Oratorio del Caballero de Gracia, vale la pena recordar que él vivió también de modo heroico el amor al prójimo, con tantos detalles materiales y espirituales que lo demuestran, como leemos en sus biografías.
Terminamos acudiendo a Nuestra Madre. No le vemos este día, pero sin duda estaría muy cerca del Cenáculo, ayudando a preparar la Ultima Cena, de la que podemos imaginar que estaría enterada, porque su Hijo le diría lo que iba a tener lugar esa noche. Que nos preparemos para recibirle con la pureza, humildad y devoción con que ella le recibió, y con el espíritu y devoción de los santos (en nuestro caso, Guadalupe… y el Caballero de Gracia), y así sabremos acompañarles, como María, cuando lleguen los momentos fuertes de la Pasión y Muerte en la Cruz. Juan M.