El viernes 8.III.2019 hemos tenido la segunda charla coloquio —a cargo de D. Juan Moya— del ciclo sobre La misión del cristiano en el mundo. El tema expuesto ha sido “El amor a la verdad”, tema de especial importancia en la vida de los hombres y por tanto de influencia en la vida social. Preguntaba Benedicto XVI: ¿la verdad puede formar parte como criterio importante en nuestro modo de pensar y de querer…? Y afirmaba que “no es cuestión menor, pues en la respuesta que demos se juega el destino de la humanidad”.

En primer lugar verdadero es aquello que es, por el mero hecho de ser, de existir. Y el hombre tiene capacidad, por su inteligencia, de llegar al conocimiento de lo que cada cosa es, y concretamente el mundo, el mismo hombre y Dios. No tendría sentido que hayamos sido creados con entendimiento y no fuéramos capaces de conocer la entidad propia de lo que nos rodea, y en particular qué somos nosotros, cuál es el sentido de nuestra vida, nuestro origen y nuestro fin; preguntas que necesariamente nos llevan a preguntarnos por Dios.

El hombre, como afirma el Catecismo de la Iglesia, busca naturalmente la verdad, aunque hay que contar con las deficiencias debidas al pecado original y a los pecados personales, que ofuscan la mente y debilitan la voluntad, y por tanto son un obstáculo para el conocimiento verdadero de nuestra vida y de Dios.

Para “encontrar” la verdad es necesaria la actitud sincera de querer encontrarla, sin miedo a la verdad. No tendría sentido vivir engañados, por comodidad. Es imprescindible la sinceridad consigo mismos, la humildad de reconocer nuestras limitaciones y errores, y saber escuchar para dejarnos aconsejar. La soberbia y la permanencia consciente en el pecado son los mayores obstáculos para conocer y amar la verdad: la verdad de lo que somos, y lo que debemos ser. Lo que conocemos por la fe corrobora lo que la razón rectamente empleada puede descubrir por sí misma.

La influencia de la verdad en nuestra vida es evidente e importante: nos hace veraces en lo que decimos y en lo que hacemos, evitando la duplicidad, la simulación o la hipocresía, y nos permite rectificar cuando advertimos que nos equivocamos. Nos hace auténticos; y también nos hace fuertes, porque no nos dejamos llevar de condicionamientos humanos. Nos da el señorío y el dominio sobre nosotros mismos; nos hace libres, pues “la verdad os hará libres” (Jn 8,32), libres para amar, para la perseverancia en el bien. La verdad nos une a los demás, mientras que el error y la mentira separan. En fin, nos perfecciona como personas, pues la perfección del hombre consiste en la posesión de la verdad, incluida la Verdad primera, Dios. Jesucristo pidió a Dios Padre para sus discípulos: “perfecciónalos en la verdad” (Jn 17,17).

El cristiano puede influir mucho en la sociedad con su vida recta de amor a la verdad.

El próximo mes hablaremos de la libertad, tan relacionada con la verdad.

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