Biografía

Sus últimos días. Fama de Santidad

SUS ÚLTIMOS DÍAS. FAMA DE SANTIDAD

El Caballero de Gracia estuvo celebrando la Misa –que era el centro de su día, lo más importante-, confesando y predicando hasta el final de su vida. El 9 de mayo de 1619, día de la Ascensión, se levantó para la celebración de la Eucaristía. Al terminar, ya en su habitación, recogido en acción de gracias, sufre un mareo, cae y se golpea la cabeza con un brasero. Le llevan a la cama mientra dice: “ya llegó la caída”. Los que le acompañan entienden que el Caballero presiente la proximidad de la muerte, que efectivamente llegó en la madrugada del 13 de mayo de 1619. “Habiendo estado el domingo por la noche con un a modo de éxtasis o de arrobo por espacio de una hora o más, todos entendieron que ya había muerto; pero volvió en sí con unas muestras grandes de alegría, dando gracias a aquel Señor que le llamaba”

San Simón de Rojas

Remón hace de él este elogio en su biografía: “Yo puede testificar una cosa por verdadera, tocada por mis propias manos y oída por mis oídos, que no se llegaba a hablar a persona que preguntase ¿quién se ha muerto?, ¿qué oficios funerales son éstos?, que en acabando de decirle: murió el Caballero de Gracia, no respondiese: gran santo; gran siervo de Dios (…). Y por enterarme más de esta uniformidad (…), lo pregunté a diferentes gentes, de diversas calidades y estados, ricos y pobres, discretos, ignorantes, criados, jueces, príncipes superiores, inferiores, seculares, eclesiásticos, hombres, mujeres y a nadie se oyó desdecir, ni variar, ni torcer, ni mudar el crédito, ni dudar en decir a boca llena que había sido el Caballero de Gracia un santo” .

Cuando se dio a conocer la muerte del Caballero “era notable el concurso que a todas horas había en la iglesia de gentes de todos los estados” y particularmente de las diversas órdenes religiosas, que durante doce días celebraron funerales solemnes “como si el santo varón fuera hijo de hábito de cada una de ellas, o, por decirlo mejor, como si fuera su Padre o Prelado”

El mismo biógrafo recoge muy diversos testimonios de personas que le trataron. Entre otras, la carta de un Secretario de Estado del Excmo. Duque de Medina Sidonia, en respuesta de otra de un hermano suyo sacerdote, que le había informado de la muerte del Caballero. Y entre otras cosas aporta este recuerdo personal, de su trato con él: “Yo confieso que saqué notable fruto de su conversación y comunicación, así para el alma como para el cuerpo, porque su doctrina era santa y su lengua dulce, sus consejos celestiales y sus avisos importantes. Era padre del buen ejemplo, maestro de la buena crianza, gran cristiano, grande observante, grande penitente, y varón de gran fervor de espíritu (…). Era tan poco lisonjero en la estimación, que se hacía escaso de la comunicación de lo que sabía, temeroso de la presunción de que le tuviesen por sabio”.

Otra señora escribe a una pariente suya sobre el Caballero y le habla de “la alegría con que recibía y despedía a todos; cómo consolaba a los afligidos y remediaba a los pobres, cómo daba satisfacción a los ofendidos y calmaba a los soberbios, confundía a los deshonestos, y animaba a los observantes de los Mandamientos de la Ley cristiana, y todo lo hacía con una alegría y júbilo exterior tales que se echaba de ver que lo que pronunciaban sus labios salía de la abundancia de su corazón” . Era muy generoso con los numerosos pobres que acudían a él, dándoles incluso de lo que necesitaba para él mismo.

Se comenzó ante el arzobispo de Toledo la causa de la Beatificación en 1623, siendo el postulador de la causa San Simón de Rojas. Se dio por terminado favorablemente en 1633. Los papeles se entregaron en el convento de Santo Tomas en Atocha; después se ha perdido su rastro por las diversas vicisitudes sufridas en años posteriores en esos edificios. Pero siempre cabe comenzar de nuevo la reanudación del proceso.